Publicación sobre el Arte en las Iglesias en el Uruguay

LAS IGLESIAS DEL URUGUAY

Presentación

 

Esta obra, estimado lector, quiere acercar el pueblo uruguayo y sus amigos de otras naciones a la belleza que la comunidad católica ha incorporado en sus lugares de culto. Es una invitación a un acercamiento amable, sereno, a lo que mucha gente ofreció con amor, cariño y entrega.

Un tesoro fruto de la generosidad de todo un pueblo

 

Para ello, lo primero que cabe pensar es que las iglesias y todo el arte que contienen son antes que nada una ofrenda. Fueron hechas con el esfuerzo de muchos, con amor y aprecio, con desprendimiento y esfuerzo común, a lo largo de generaciones. Pongamos algunos ejemplos. Gran parte de los materiales nobles – oro, piedras preciosas – fueron entregados por los fieles, despojándose de sus alhajas, de sus recuerdos familiares. Innumerables colectas, a lo largo de los años, expresaron la entrega de los miembros de la Iglesia para sus iglesias. El magnífico monumento funerario del Venerable Jacinto Vera de la Catedral de Montevideo fue costeado por  una suscripción popular en la que nadie podía dar más de cincuenta centésimos, para que la participación fuera, como lo fue, multitudinaria. Así es como el pueblo católico, ricos y pobres, fue dándose en estas obras suyas, para gloria de Dios.

Desde este punto de vista, en lugar del torpe lugar común de hablar negativamente de ‘las riquezas de la Iglesia’ como si fuera una autosatisfacción egoísta, hay que agradecer al pueblo cristiano, la Iglesia, que haya sido generoso en ofrecer estas magníficas obras y en compartirlas con los demás. Las iglesias del Uruguay, pues, son también un regalo de la comunidad católica al pueblo uruguayo del que forma parte y de esta forma contribuye a enriquecer la cultura nacional. Es de esperar que al ser presentadas en un conjunto sean muchos los que las estimen y disfruten con ellas.

El sabor de la belleza

 

Por cierto, cuanto aquí se ofrece puede contemplarse y comprenderse desde su misma hermosura, su orden, sus proporciones, la participación de ideas y sentimientos en las diferentes formas del arte. Es propio del hombre expresarse en la belleza y su lenguaje es accesible a todos. Esto es así porque lo bello es un atributo trascendental del ser, junto con la unidad, verdad y bondad. Esta publicación presenta un gran acervo que puede ser compartido por cualquiera que sea sensible a la belleza y es una invitación a profundizar en formas, estilos, expresiones, que enriquecen al hombre. Saber apreciarlas es parte de la educación de un pueblo cultivado. Por ello, este material también puede ayudar a docentes y alumnos, a chichos y grandes, a mejor conocer y gustar el tesoro de arte que se encuentra en nuestras iglesias y que son muchas de nuestras iglesias.

Gustar lo bello es parte principal y necesaria de la vida del ser humano.  Al  decir del Papa Benedicto XVI “La experiencia de lo bello, de lo auténticamente bello, de lo que no es efímero ni superficial, no es accesorio o algo secundario en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la realidad, más bien lleva a afrontar de lleno la vida cotidiana para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella” (Discurso a los artistas 21.11.2009).

 

Las obras de arte como acto de amor, culto y adoración de Dios

 

A su vez, y en su sentido originario, estas obras son una ofrenda a Dios, que tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único (Jn 3, 16). Son respuesta de amor a Jesucristo, que amó a sus discípulos hasta el extremo (Jn 13,1). Es un movimiento de la humanidad transformada por el Espíritu Santo. Así, pues, estas iglesias y su belleza son un himno polifónico del pueblo cristiano en alabanza y adoración de la Santísima Trinidad.

Amar a Dios, alabar a Dios, es el acto supremo del ser humano y de las sociedades, porque abarca la totalidad del sentido de la existencia y es la culminación de la libertad que abraza el principio y el fin de todo.

En la fe católica, adorar y agradecer al Padre, por Cristo en la unidad del Espíritu Santo, es el culto en espíritu y verdad que inauguró Jesucristo, que hizo perenne en su ascensión a los cielos y que se actualiza en la liturgia de la Iglesia. En las iglesias y las obras que contienen, el arte no es accidental, sino que forma parte de lo que allí se canta a Dios: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos te damos gracias por tu inmensa gloria.

El arte de las iglesias como expresión de la fe cristiana católica

 

Así, pues, en su profundidad las iglesias católicas, su disposición, su belleza, sus detalles, no son plenamente comprensibles sin alguna inteligencia de la fe católica, porque son fruto y vivencia de esa fe, que tiene un alto contenido intelectual. No son expresiones exclusivamente emocionales o una vaga religiosidad, sino que están unidos a una verdad creída y razonada, forman parte de un culto espiritual y razonable.

Hay que entender desde dentro por qué el cristianismo católico (sin excluir a la ortodoxia y a todas las iglesias apostólicas) produjo esa increíble riqueza artística en todas sus formas.

Tanto el judaísmo como el islam niegan la posibilidad de representación no sólo de la divinidad, sino aún de las creaturas, especialmente de los seres animados. Esta prohibición, ligada a sus textos sagrados, está unida a la trascendencia e inmensidad de Dios, que lo vuelve irrepresentable y al peligro de la idolatría, al tratar imágenes como seres animados.

Para la fe cristiana, que lee las Sagradas Escrituras según la Tradición de los Santos Padres, la prohibición absoluta del Antiguo Testamento fue temporal y ha cesado con Jesucristo, porque él, Hijo de Dios, Dios verdadero con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, en la encarnación, al unir consigo la humanidad, se ha hecho imagen de Dios invisible (Col 1,15), resplandor de su gloria e impronta de su ser (Heb 1,3). Dios, trascendente e inconmensurable, por un acto libre se ha manifestado él mismo en la creaturalidad de un ser humano. Es de la encarnación del Hijo y Verbo de Dios, que sale la posibilidad y la bondad de representarlo en imagen, en los distintos momentos de su existencia: su nacimiento, su predicación, su transfiguración, su pasión y muerte, resucitado y glorificado en los cielos.

Se da entonces una particular circularidad del arte cristiano, como lo expresa el prefacio de la Navidad. Gracias al misterio del Hijo, el Verbo e Imagen hecho carne, la luz de la gloria de Dios Padre brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor; para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible.

 

El arte cristiano refleja el resplandor de la luz, del amor, de la gloria de la Trinidad en la carne de Jesús, lo proclama y, a su vez, responde glorificando y dando amorosas gracias.

Se lleva a sí a plenitud lo que de algún modo se avizora en todo arte, según la afirmación de Simone Weil: “Hay casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, del cual la belleza es un signo. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por esto, cada arte de primer orden es, por su esencia, religiosa (La Connaissance surnaturelle, 28)”

La relación del arte católico con la Misa

 

Las iglesias aquí compartidas fueron edificadas para el culto católico, de acuerdo con la realidad creída que acabamos de comunicar brevemente.

Ahora bien, el acto principal de la liturgia católica es la Santa Misa, a la que conducen el baño del bautismo y la unción de la confirmación. La acción del Sacrificio Eucarístico es comprendido como obra de Jesucristo, Dios y hombre, que desde su existencia gloriosa se hace presente: él ora, él se ofrece, el santifica a los hombres, él les hace participar de su vida de Hijo de Dios, él une el cielo y la tierra. Él se hace presente de diversas formas y su presencia máxima es la hostia consagrada en su cuerpo y el vino en su sangre. Es esa acción y presencia humano-divina de Jesucristo, creída como real, no producida por el deseo o la emoción, lo que ha movido a las expresiones más desarrolladas de la disposición del espacio en las iglesias, de su ordenamiento, y de las obras de arte distribuidas en ellas, teniendo como centro dinámico el altar.

De la realidad de Cristo, misterio oculto y manifiesto, representable por su encarnación, se sigue que junto con él también son representables los que han sido unidos a él como cuerpo suyo, la Iglesia, la Virgen María y los santos.

Al recordar estos aspectos de la fe y vivencia católica, sin pretender confrontar con las ideas de cada uno, queremos ayudar al lector y acercarlo a la comprensión desde dentro de estas obras de arte, para poder disfrutarlas más y apreciar la cultura de la que son expresión.

El arte cristiano en la historia y la riqueza de formas

 

Para expresar la realidad rica y compleja que acabamos de esbozar, y a partir de ella, el arte es un medio preferente.

Desde los comienzos los cristianos, con suma cautela ante la presencia de la idolatría, con libertad en la medida en que va asumiendo la cultura que lo rodea, va logrando representar el misterio del que participan por medio de las diferentes formas plásticas. Así, desde las catacumbas en adelante se ha ido desarrollando el arte cristiano a lo largo de dos mil años.

En ellos se entronca nuestra historia, relativamente corta, que tiene sus testimonios más antiguos en el siglo XVII, en los pueblos de las Misiones y en Colonia del Sacramento y empieza a crecer rápidamente en el siglo XVIII, con alguna influencia tardía del barroco y tomando la tradición neoclásica.

Muy característico de la mayor parte de nuestras iglesias es que sobre la inspiración de la arquitectura colonial, comiencen a surgir en el siglo XIX iglesias de diversos estilos, sea historicistas, sea eclécticos. Al mismo tiempo se importaron muchas obras y materiales de Europa, como imágenes, vitrales, altares enteros, pisos, hasta llegar curiosamente a tener un altar barroco del siglo.

 

Entrado el siglo XX se pueden apreciar aportes de arte moderno tanto en la arquitectura como en otras artes, de modo que la riqueza de esta veta de inspiración católica llega hasta nuestros días.

Apenas bosquejamos estas consideraciones en esta introducción. No desarrollamos aquí la variedad de estilos, corrientes artísticas, formas, porque se irá mostrando en el mismo desarrollo de esta obra.

Vaya nuestro agradecimiento para tantos, innumerables, conocidos y anónimos, que nos legaron tan generoso y variado patrimonio a lo largo de los años. Juntamente  va la gratitud para los que han hecho posible esta obra de acercamiento a él.

Que las imágenes – con las palabras que las acompañan – nos hagan experimentar alguna irradiación de su propia luz y nos unan en la comunión de su esplendor. Como decía San Pablo VI, “este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es quien pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste el desgaste del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración” (Discurso a los artistas, 8.12.1965).

Mons. Dr. Alberto Sanguinetti Montero Obispo de Canelones

Presidente de la Comisión de Cultura

de la Conferencia Episcopal del Uruguay